El reciente contagio con sarampión de algunos miembros de la tripulación de un vuelo comercial de la compañía Vueling y el caos generado, confirma que no somos conscientes de lo que está sucediendo en nuestro entorno en referencia a la llegada de nuevas enfermedades y lo que es aun más paradójico, el resurgir de algunas de ellas, que, ya habíamos casi olvidado. No vivo en otro mundo, soy consciente de que, en nuestro contexto, ahora mismo no tienen la misma relevancia estos nuevos invitados que otros problemas más graves y cotidianos que todos conocemos. Ello hace que, cuando surgen del anonimato periodístico sean, habitualmente, flor de un día. Tanto la aparición de una nueva enfermedad como la reaparición de otras son situaciones complejas y requieren un análisis exhaustivo y particular, pero en conjunto, lo que está sucediendo, merece una reflexión al respecto.
En referencia a la llegada de nuevas enfermedades, en octubre nos despertamos con la noticia de los primeros casos de dengue en personas cuyo contagio se produjo en suelo español, concretamente, en la Región de Murcia. Esta infección, de origen viral, que se transmite por la picadura del “famoso” mosquito tigre, por cierto, también importado en la década pasada, se une a otros ejemplos más o menos recientes, como los primeros casos nacionales de fiebre hemorrágica de Crimea-Congo, transmitida por garrapatas o la enfermedad del Nilo, también transmitida por mosquitos. La llegada de estos virus o bacterias, que habitualmente lo hacen para quedarse, es lógico y hasta cierto punto, inevitable. La globalización o la facilidad de movimientos de personas, animales y mercancías, en ocasiones en cuestión de horas, no facilita el control, y de hecho, presupone nuevas llegadas. Debemos acostumbrarnos a estos “nuevos compañeros” y principalmente, estar preparados y trabajar mucho en prevención. Tenemos, sin lugar a dudas, uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo, pero, a mi juicio, nos queda una batalla pendiente, la falta de información de la población en general. Sin alarmar, hay que informar, es un derecho y una obligación, y en este sentido queda mucho por hacer.
Por otra parte, la reemergencia de algunas enfermedades, algunas de ellas incluidas en nuestro programa vacunal universal desde hace décadas, si que es más difícil de entender, y requiere un análisis diferente. No sé si recordarán ejemplos como la menor fallecida de tosferina en Cataluña en 2015, el primer caso de esta enfermedad en nuestro país tras 30 años, los casos de meningitis B en menores sin vacunación o la aparición de un brote de paperas en Navarra a principios de 2018. Sin duda, es la situación que estamos viviendo en Europa con el sarampión, con más de 41.000 casos declarados, lo que está haciendo saltar todas las alarmas, con la Organización Mundial de la Salud o la propia Unión Europea poniendo el grito en el cielo. ¿Qué está pasando? ¿Estamos haciendo algo mal? En este caso, la respuesta es evidente, si, pero las causas son varias.
Así, en algunos países europeos, el limitado acceso a la vacunación de colectivos en exclusión social es una de las causas que puede asociarse al repunte del sarampión en países como Rumanía o Ucrania. Ahí, habría que intensificar la labor social para permitir el acceso de todos a las vacunas básicas. Pero, lo extremadamente grave, es lo que sucede en países como Italia, Alemania o Francia, donde el incremento del número de personas que voluntaria e injustificadamente deciden no vacunar a sus hijos, en ocasiones apoyados incluso políticamente por afirmaciones sin ningún rigor científico y técnico, ha disminuido las tasas de niños vacunados incluso por debajo del 85% en algunos casos, motivando el repunte de estas enfermedades potencialmente mortales, como puede ser el sarampión.
Parece impensable, inconcebible, que en el contexto de desarrollo y de la sociedad de la información en el que vivimos en Europa o en Estados Unidos, lugar de nacimiento de esta moda antivacunas, nos estemos enfrentando a estos problemas sanitarios por el hecho de que “voluntariamente” no estemos aplicando a nuestros hijos la mejor arma de la que disponemos, cuando económicamente, no es un problema. Hace unos años, visitaba algunas zonas desfavorecidas de Nepal, sanitariamente mucho peores que las dedicadas a recibir turistas ávidos de nieve y montaña. Asustaba sólo conocer sus datos de malaria, rabia o fiebre tifoidea y me impactaba enormemente ver personas sufriendo enfermedades que aquí podrían parecer de otro siglo como la lepra. Es evidente que en un país de los llamados “del tercer mundo”, dicha situación no puede ser achacable sólo a la falta de vacunación, pues las condiciones higiénico-sanitarias en general son muy deficientes, pero la diferencia entre ellos y nosotros está muy clara, ellos no tienen elección.
La sanidad es un problema de todos, y todos podemos y debemos participar en generar un ambiente seguro y confortable para vivir. Es algo que debemos asumir pronto en la sociedad actual. Desgraciadamente, repito, creo que no somos conscientes de ello. Lo vemos de un modo evidente con la campaña para reducir el uso de antibióticos. ¿Cuántas personas de las que conoce, o usted mismo, es consciente de lo que está sucediendo y de cómo podemos contribuir a mejorar la situación? Hágase usted esa pregunta y responda con sinceridad.
Christian